Recuerdos

Dejarse llevar

Desde hace unos días, entre sentimental y mareado de soles inauditos de noviembre, me engancho y me refugio en Vetusta Morla, tanto tiempo después. Como un viejo amor que se cruza de pronto, así se me apareció su música la otra tarde en el coche, en un aleatorio de Spotify, mientras regresaba a casa de hacer la compra bajo un hermoso cielo de ocaso y de fogata. En la unisonancia de los días, herido de tiempo, sentí de pronto el tronante vértigo del paso de los años y la distancia que ya me separa de aquella época en la que escuchar a Vetusta Morla sin parar me hacía soñar con toda la vida que aún tenía por delante. Cuando ahora suenan ValienteLa marea, Rey Sol o Saharabbey Road, me veo con dieciocho años recién cumplidos, en mi último curso de instituto, aguardando en un pasillo a una chica para prestarle el disco Un día en el mundo. O me veo pegado al ventanal de aquel bus temulento que me llevaba hasta el campus, en mi primer año de universidad, obnubilado en mi viejo MP3 de pilas. O me veo regresando al pueblo aquellos viernes al anochecer, cuando lo primero que hacía era coger el coche y recorrer con las ventanillas a medio subir las vetustas calles de otoño, que ya olían a leña quemada, mientras escuchaba Año nuevo y pasaba por la casa con chimenea de mis abuelos. Gestos que me convierten ya en un ser de lejanías. Ahora que se me ha desbordado la escorrentía de los recuerdos, rememoro también aquel diciembre madrileño de 2014 en el que me encontré de casualidad con Pucho, el vocalista de Vetusta Morla. Yo visitaba una extravagante exposición de figuras creadas con chatarras, cuando entre latas y alambres ahí lo vi a él, muy cerca de mí. La voz que me había acompañado en tantos momentos estaba ahora contemplando reflexivo aquellas obras heterodoxas. Se lo dije muy emocionado a un amigo del máster, casi cogiéndole del brazo entre temblores de grupi pueblerino. Pero este le restó importancia. Creo que él conocía a Pucho. Horas después, de vuelta a casa por Princesa, las manos en los bolsillos ahuyentándome del frío seco de la Sierra, me lamentaba de no haberme acercado y de no haberle confesado lo que, por otro lado, ya le habrían dicho miles de personas: que su música significaba mucho para mí porque había puesto letra y melodía a las hemorragias sentimentales de mis océanos platónicos. Haber escuchado estos días a Vetusta Morla me ha llevado a imaginar ya más el ayer que el mañana. Y en cierto modo es un alivio. A veces resulta gratificante no tener tan presente el futuro y sentir que se empieza a atesorar un pasado. Entretanto, será preferible dejarse llevar, porque como se canta en la melancólica Copenhague: “Dejarse llevar suena demasiado bien /jugar al azar/ nunca saber dónde puedes terminar o empezar”. O empezar.

 

                                        Antonio F. Jiménez

 

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El último de sus antepasados hallado en los libros de bautismos y defunciones se apellidaba Jiménez Fernández. Lo cual quiere decir que a veces se necesitan unos cuantos siglos para darle la vuelta a la tortilla. Escribe periodismo narrativo y da fe de ello con su libro 'Una vida retirada' (2019, Círculo Rojo). Estos artículos, columnas o reparandorias -como él gusta de llamar- no son otra cosa que echar un párrafo en el cruce de algún camino en esta vasta ciudad a veces llamada de la telaraña.

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