Si en 2012 se esperaba que el mundo llegara a su fin según el calendario maya, para el tío Juan Rita fue el año de su consagración. Sopló cien velas y reveló su secreto: «No morirse antes». Se convertía en el último trovero más longevo de todos los tiempos. Ahora nos ha dejado a la edad de 108 años en este raro 2020. ¿Raro? El tío Juan Rita sí que fue testigo de las rarezas que puede congregar todo un siglo. Nació el día de San Valentín de 1912 en la localidad murciana de Aledo, cuando en la pobreza el amor no daba para romanticismos. De nombre Juan Tudela Piernas, tenía dos meses cuando se hundió el Titanic, contaba 2 años cuando explotó la Gran Guerra, y 5 cuando se quedó sin padre y se deslomaba por esos campos ya como pastor. A los 6 le pilló la pandemia del 1918. Cumplió la mayoría de edad a punto de estrenarse la Segunda República, se marchó a vivir con Encarna y tuvo un hijo. A los 24 lo reclutaron con el bando republicano a Extremadura, a cocinar lentejas y garbanzos. Mientras Hitler invadía Polonia y comenzaba la Segunda Guerra Mundial, él, cumplidos los 30, sumaba jornales de toda clase, desde agricultor, segador, aforador de madera, hasta excavador arqueológico. Entretanto, hacía de sus penurias arte. Versos que repentizaba como el rap. Le dio por el trovo con menos de 10 años, cuando golpeaba unos calderos para imitar la música de las cuadrillas que tanto le gustaban. Ahí empezó el pequeño Juan Tudela a forjar al tío Juan Rita, apodo de sus antepasados que él ha elevado a «tesoro cultural de la tradición ancestral de los troveros». Los atentados de las Torres Gemelas y de los trenes de Madrid coincidieron, en el estreno del segundo mileno, con dos penas de su corazón: la muerte de su mujer y de su hijo. Ya tenía noventa años. Pese a todo, sus palabras cantan a la vida, son un elogio a la mujer y a los placeres, como un buen puro habanero y una copa de coñac. Se sentía joven en un cuerpo centenario, siempre coronado con su mítico sombrero. Y en 2018, con 106, después de mucho trovar por la Región, por España y también por el extranjero, hizo su último viaje: Madrid, a improvisar con su cuadrilla de Aledo en los conciertos de Radio 3. Todo un moderno. Arrancó de la gente un cariño inmenso. Esa forma de ser ha sido querida por muchos. Él solía decir: «Ser malo come mucha vida». Y por eso él tuvo tanta. Adiós a un hombre que sobre todo, como Machado, fue, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Antonio F. Jiménez




