El cine era la ilusión de que la vida actuara pronto sobre nosotros. En noches aburridas y lluviosas, casi siempre nos proyectaba la visión y el consuelo acerca de lo que probablemente nos estaba aguardando ahí afuera. Un amor, la vida lejos del pueblo. Historias por vivir. Todo el tiempo nos buscábamos en la ilusionante y vaporosa lejanía de las imágenes, y así salíamos luego a mirar el mundo: con el tamiz de las impresiones que nos había dejado en la retina y en los pensamientos la última película. Entonces sucedía que, si estábamos en un autobús a las ocho de la mañana, abatidos por el sueño, mirando a través del cristal avenidas bajo amaneceres fútiles y gélidos, rasos y monótonos, el oráculo del cine actuaba quijotescamente sobre nosotros y nos hacía creer que ahí, en ese tedioso interurbano, podría producirse el milagro del amor en cualquier momento, como en Antes del amanecer. Salíamos a cenar entre semana con gente nueva en lugares nunca vistos, esperando tener conversaciones similares a las de muchos personajes en las cintas de Woody Allen. Cogíamos luego un taxi de madrugada con la idea de revivir alguna de aquellas cinco historias, en cinco taxis, en cinco ciudades de Noche en la tierra. Acababa el verano y nos despedíamos de los abuelos en el pueblo antes de marcharnos, y luego combatíamos el malestar melancólico recordando las palabras de Alfredo a Totó en aquella escena con el mar de fondo en Cinema Paradiso, como si nos las dijera a nosotros mismos: «Has de ausentarte mucho tiempo, muchos años para encontrar a tu vuelta a tu gente, la tierra donde naciste. Pero ahora no es posible». Sin duda, aquel era siempre un cine de ida que nos acompañaba y nos prologaba lo que todavía estaba por venir. Ahora todo ha cambiado. El guion de la realidad ha robado todos los argumentos posibles. Es verdad que acudimos más que nunca al séptimo arte con actitud escapista, pero nos damos cuenta enseguida de que en el fondo refleja ya un mundo que no es el mismo. Y por desgracia, el cine acaba siendo un viaje de vuelta a un pasado que de momento no existe. Poco a poco, exiliados del tiempo, en el limbo de las transformaciones y los cambios de era, nos vamos sintiendo entonces cada vez más fuera de sitio. Cada vez más incomprendidos. Porque a fin de cuentas, la vida no era como en el cine, nos decía Alfredo. La vida siempre es más difícil.
Antonio F. Jiménez




