Abandona el cerco de Madrid y se enfila por la calurosa autopista que habrá de desembocar en su tierra levantina. A esta hora de la siesta reluce entre los claroscuros de abril un imponente sol de agua. No le gustaría que la lluvia ensuciase su flamante Sportage. Quita la radio cuando ve a la pareja de la Guardia Civil. Le dan el alto; orilla su luminosa adquisición. «Buenas, caballero, ¿adónde va?». El guardia examina el documento del concesionario que el joven ha sacado de la guantera. «¿Es este el coche que viene de comprar?». Minutos después vuelven a sonar los 40. La música le anima. Le hace experimentar una sensación de inminencia veraniega, de largas tardes mediterráneas. Sobre los rubios campos manchegos se ciernen sombras móviles de nubarrones acechantes que no terminan de converger. Tormentas imprevistas de alelada y alada primavera. Se detiene en una gasolinera. Llena el depósito y aparca bajo las pérgolas. De pie, mientras se come el bocata de jamón que compró en Madrid, admira su Sportage granate. Más allá de la apolínea autopista se ensancha un horizonte de encinas y robles. Dejar Madrid atrás, en la geografía y en la memoria, y volver a la provincia, supone recobrarse de una ficción embriagante. Desliza su pulgar sobre la pantalla del móvil y sonríe de nuevo con las fotos que le mandó su mujer con la niña. En la tienda compra alguna galguería y suvenires para ellas. Oye en la cola: «Estuve bien toda la tarde, hasta que me entró fiebre de madrugada. Paracetamol y amanecí como un rey». Saca unas fotos y las manda al grupo de los amigos. Largo y plúmbeo sestero del confín de La Mancha. El motor no se oye, es aire contra aire, y le asalta el recuerdo inevitable de su viejo y bregado Renault. ¡Parecía eterno! Pero todo tiene su tiempo. Las nubes que bosquejaban un torrencial aguacero, ahora se disipan sobre montes pelados y huertos de oliveras. Si para junio las cosas marchan bien, saldrán por fin de vacaciones. Aunque el Sportage no se paga solo… Atardece cuando llega al pueblo. Entra en la bocacalle y no se espera que al girar se encuentre en la puerta a toda la familia, a los vecinos, a los amigos, a su mujer con la niña en brazos recibiéndole y festejando la llegada del nuevo turismo al hogar.
Antonio F. Jiménez




