Los ves llegar sin que te vean. Acaban de bajar de un coche grande, las ruedas sucias de pisar el bancal. Prestas atención desde tu escondrijo, así, del mismo modo bobalicón con que sueles contemplar un vídeo casero de tu infancia. Un hombre les espera y se dan un abrazo largo, con caricias en las espaldas, como expresando: por fin. Andan lentos con capazas al hombro hacia la modesta casa que sus padres, a quienes han abrazado, han podido construir en esta parcela. Todo está hecho y por hacer. Vienen cuando pueden desde la ciudad, normalmente los fines de semana, traen a veces una caravana, y si hace mucho calor bajan al río. Los niños llevan sombrero de paja de una talla grande. Todavía no conocen el terreno y están tímidos y cerca de sus padres y abuelos. Tú sabes que en nada los verás corretear como liebres a sus anchas, igual que jugabas tú, tiempo atrás, a perseguir descalzo las huellas dinosáuricas de tu abuelo sobre la tierra fresca y recién labrada, en aquellos años en que nunca surgía la pregunta qué será de esto cuando acabe todo. Y cuando acabó todo, tú, que no imaginabas que volvería a resurgir la vida, ocurre de pronto ante tus ojos: todo vuelve a empezar, pero con una nueva familia, una nueva historia bajo la montaña que no perece, entre los ribazos de olmas de piedra seca, junto a los árboles de nueva plantación. Algún día, piensas, estos niños serán como tú ahora, y alguna mañana hermosa de primeros de junio ellos también regresarán adonde ya ninguna propiedad les vincule, y desde lo lejos verán otras historias ocupando el lugar, y experimentarán cómo crece poco a poco un mundo acallado por la distancia: el tacto del barro, las noches estrelladas de agosto, las chicharras, las tormentas de granizo, las voces, los olores y ademanes de los que ya partieron. Por un momento se sentirán fuera de sitio. Huérfanos y espías de una vieja felicidad. Y pronto se marcharán de allí pensando que mejor será no volver. A pesar de los lugares donde nunca nada acaba. A pesar de los lugares donde se sigue viviendo más allá de las escrituras legales. Porque solo se vuelve para volver a empezar.
Antonio F. Jiménez




