LO interesante de aquellos viajes a la ciudad era conducir de vuelta a casa cuando empezaba a anochecer. Mediaba febrero, pero se nos había echado toda la primavera encima. A veces sonaba Heaven de The Walkmen en el interior del coche mientras la ciudad recién encendida iba quedando atrás. Un curso anodino en el campus me arrastró todos los días a la urbe, y recuerdo que la luz lunar de los ordenadores, el rumor respiratorio del disco duro y el pensamiento de que aquella actividad se trataba casi de un trámite, generaban gran interés por el adormecimiento. Por aquel entonces yo ya había terminado la vida universitaria, y cuando salía de aquella aula bajo un cielo desangrado sin sol y me cruzaba con estudiantes en mangas de camisa, se me representaba toda una etapa que ya estaba cerrada. En la alegría de vivir capturaban para siempre ese instante de la locura de las estaciones, la primavera de aquel día de invierno, el jazmín y el alhelí flotando de camino hacia un tranvía que no solo los llevaba a casa, sino al encuentro de una mirada fortuita y sinuosa que les despertara definitivamente del sueño de la razón académica. Cuando los perdía de vista me subía al coche y me largaba. Los edificios a lo lejos preñados de luces amarillas se iban cerrando en sí mismos hasta ganar la forma de una pequeña galaxia que desaparecía en el espejo retrovisor. A veces sonaba Let your heart hold fast de Fort Atlantic. Como me sabía la ruta de memoria y no tenía en qué pensar, me solía asaltar una melancólica sensación engañosa: que la vida, como dice Rimbaud, está en otra parte. Igual que las estaciones, pensé que mi vida estaba confundida en calles que pisaba por primera vez con Pink Moon de Nick Drake en un viejo mp3; en el despertarse de madrugada para repasar un examen y sentir en las ráfagas de los coches lejanos la falsa cercanía del mar; en La cura de Franco Battiato una tarde de mayo lluviosa tras los cristales empañados del tranvía. La vida se encontraba en muchas partes, pero nunca lejos. Porque ahora me doy cuenta con el tiempo de que también palpitaba en aquellas noches solitarias de vuelta a casa.
Antonio F. Jiménez




