Cine

Caracoles divergentes

Fotograma de la película 'Amanece que no es poco'

Un día de abril, en el valleinclanesco paseo de Argumosa, José Luis Cuerda llegó a la redacción de la revista Leer y se quitó la txapela negra, que le brillaba un poco por la llovizna de esa mañana en Madrid. Estábamos en el 2015 y por aquel entonces yo era becario. Cuerda venía a hablar de Tiempo después, la novela que nació de un viejo guion escrito y olvidado veinte años atrás y que encontró por azar su hija haciendo una limpieza. Le pedí que me lo firmara y se puso a dibujar en la página de la dedicatoria unos círculos y unas líneas intrigantes con verdadero esmero. Esperé a descubrir aquella originalidad luego en la intimidad. Nos sentamos en un sofá rojo de terciopelo y dijo: «El primer desnudo que vi fue el de mi abuela. Me pareció una inmensa desorganización». Miraba fijamente con esos ojos casi desorbitados que expresaban búsqueda, más allá, más abajo, más surruralismo. Tuve curiosidad acerca de por qué las ingles, que aparecían en la novela en un claro homenaje a la famosa película, le convocaban tanto. «Ocupan un lugar muy comprometido, bastante secreto y con una importancia enorme: cuando las ingles se irritan dan un juego estupendo». La noticia de su muerte me lo agranda y lo rememoro como un druida a mi lado mesándose el bosque animado de su barba nivosa, como un mago medieval de Albacete que vivía en Galicia, donde se compró unos viñedos y se hizo bodeguero porque, para él, «lo rural siempre ha tenido ventajas». Berlanga le dijo que había hecho el mejor reparto de la historia del cine español con Amanece, que no es poco (1989) y Cuerda le respondió: «¡Pero si son todos tuyos!». Aquel grupo de actores era «una escuela maravillosa de personajes característicos porque no se exigía una belleza tanto como ahora». José Luis Cuerda se sentía orgulloso de que cualquier campesino de sus historias «metiera El discurso del método de Descartes con una facilidad de un par de narices porque es un ser humano». Al cabo de una hora larga se colocó la boina y se marchó de la revista por la calle de Lavapiés. Abrí entonces el libro y me encontré en la dedicatoria con el dibujo de dos caracoles enfrentados y una leyenda muy de su cuerda: caracoles divergentes. Rural, nada más.

                                                    Antonio F. Jiménez

                                                 

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El último de sus antepasados hallado en los libros de bautismos y defunciones se apellidaba Jiménez Fernández. Lo cual quiere decir que a veces se necesitan unos cuantos siglos para darle la vuelta a la tortilla. Escribe periodismo narrativo y da fe de ello con su libro 'Una vida retirada' (2019, Círculo Rojo). Estos artículos, columnas o reparandorias -como él gusta de llamar- no son otra cosa que echar un párrafo en el cruce de algún camino en esta vasta ciudad a veces llamada de la telaraña.

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