reflexión

Desde los suburbios

Tus palabras alumbran esta parcela del mundo. Conoces mejor que yo estos suburbios, pero déjame decirte algo sobre esta medianía geográfica entre el todo y la nada. El cielo podría ser negro, pero está azul marino como si nunca se acabara este día, a esta hora cercana a la medianoche de primeros de junio. Las nubes lánguidas y alargadas que esconden el resplandor de la luna parecen rendijas medio cerradas de persiana. La mascarilla de tela no impide embriagarse de los efluvios a humedad de limonero. En la soledad de los caminos las ramas crecidas atraviesan los losanges de la verja y sus hojas alcanzan a rozar codos, lunares, cabellos, como brazos saludando al paso. Pese a los a veces sinuosos recovecos del destino, las sendas amargas hacia ninguna parte y el desasosiego de la desazón, que se siente como nadar en una poza pútrida de ovas, déjame decirte que hoy al menos, al borde del descampado y bajo el crepúsculo detenido sin constelaciones, se nos ha concedido la esencia del galán de noche, el verdor más puro de los higos chumbos todavía sin madurar con sus afiladas punchas perennes, la visión de la inmensa y oscura llanura de la huerta y el esbozo de la ciudad anunciada al final del horizonte en un altibajo de raya cetrina. Es cierto. Desde el suburbio la melancolía y los anhelos se agrandan tanto como el más allá de las luminarias fluorescentes de los rascacielos. Pero la vida allí también es intermitente, misteriosa como esos destellos fugaces en la ladera del monte confundido con la noche, y cuyo secreto conocemos. Más cerca, en el suelo que se pisa, el cuadro de este mundo que solo a ti te pertenece se vivifica con las sutiles impresiones de tu mirada. Como ese rastro de baba de caracol que brilla en el asfalto a la luz de la farola tal cual si fuesen añicos de vidrios esparcidos. Desde una terraza algunos lanzan voces como primitivos sonidos ininteligibles que vuelan espacios abiertos entre edificios y casas, parques y anchas avenidas. Palabras como las nuestras que se pulen en el idioma volátil del aire hasta grabarse en la patria común del infinito, lejos de este suburbio y de aquella ciudad y de aquellos montes, e incluso del cielo marino y la luna raleada de nubes.

                                                    Antonio F. Jiménez

                                                 

 

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El último de sus antepasados hallado en los libros de bautismos y defunciones se apellidaba Jiménez Fernández. Lo cual quiere decir que a veces se necesitan unos cuantos siglos para darle la vuelta a la tortilla. Escribe periodismo narrativo y da fe de ello con su libro 'Una vida retirada' (2019, Círculo Rojo). Estos artículos, columnas o reparandorias -como él gusta de llamar- no son otra cosa que echar un párrafo en el cruce de algún camino en esta vasta ciudad a veces llamada de la telaraña.

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