Ocurre de noche, ocurre de día. En verdad sucede en cualquier momento, sin importar las circunstancias. El sol puede extinguirse en una lava de nubes o resplandecer con gloria en el cénit. Puede ser otoño, llover. Ser verano, recién llegar de una fiesta y que el techo dé vueltas, recién acabar el instituto y estar enamorado. Haber enterrado a alguien, no haber enterrado a nadie nunca. Ella siempre aparece como una seductora ladrona y casi nunca nos pilla alerta. Se expande como un perfume voluptuoso. Asciende de los infiernos: dulce, despaciosa y flemática como la miel. Santa Teresa la rehuía con todo su ser y si alguna de sus novicias caía en el embrujo se le imponían severos castigos para extraerla del alma. Porque dejó escrito en Las Fundaciones que «aunque es locura sabrosa (…) puédele hacer muy gran daño». Yo, al filo de una madrugada de octubre de hace años, deseé leer a Murakami de pronto, después de ver Lost in Translation. Empezó a emerger ese perfume, esa miel, esa locura sabrosa. ¿Me convocó el rostro tristísimo de Bill Murray? ¿La inocencia deprimida de Scarlett Johansson? ¿Ese hotel con jazz por las noches en un Tokio gris y de neblina contaminante? Lo que fuera, tenía que ver con la maldita melancolía. Al día siguiente empecé Tokio Blues y ya en la primera página supe lo que me iba a deparar. Una azafata de avión le pregunta al protagonista si se encuentra bien y él responde: «Estoy bien, gracias. De pronto me he sentido triste». Y ella dice: «También a mí me sucede a veces. Le comprendo muy bien». Ocurre a menudo: alguien se pone triste y nos apiadamos como Santa Teresa. Pero, en lo secreto, sabemos que la tristeza en su regodeo abomina cualquier intento de ánimo. Que una palabra de aliento es un destello repentino y doloroso a los ojos, como la luz en el cuarto de un niño muy de mañana, cuando su madre lo despierta para la escuela y él pide cinco minutos más, que apague esa luz… Pero un buen día ya no está, se esfuma. Ese perfume envenenado, esa actitud estéril. Nos abandona sin despedirse para volver de la Gehena en el momento adecuado y de nuevo arrebatarnos la paz.
Antonio F. Jiménez




