Costumbrismo

Millones en el aire

Me chocó la forma tan peculiar con la que un matrimonio setentón decía su número de identidad. Fue en una clínica comarcal de cirugías menores. La administrativa preguntó primero al hombre por su carné en el mostrador de citas y él apoyó medio brazo en el aluminio y comenzó con la primera cifra. En vez de siete, dijo siete millones. En la pequeña sala de espera los pacientes nos distraíamos mirando al vacío verdemar de las paredes o a las pantallas del móvil, o releíamos y abanicábamos los papeles de citación y de informes médicos. Pero cuando aquel señor dijo lo que dijo todos levantamos la cabeza. No es lo mismo siete que siete millones. La administrativa se dirigió a la señora. Dígame el suyo, por favor. Y ella empezó: Dos millones… Su marido, entretanto, observaba a la gente con suave gesto risueño, como el de un padre que mira satisfecho a su familia, mientras burbujeaba el agua de la máquina dispensadora y suspiraban las rejillas del aire acondicionado abriéndose y cerrándose como las branquias de un anfibio. Cuando la administrativa les mandó sentarse, los dos se agarraron del bracete y se acomodaron cerca de la puerta que daba a la calle, ardiente y letal en ese punto del verano. Yo los veía ahora de frente. La mujer tenía los ojos apagados y melancólicos. Quizá el temor a una mala noticia, pensé. Pero al cabo de un silencio ella se giró de pronto hacia su marido y sus palabras me llegaron como suaves silbidos de gorrión. ¿Será posible la tontuna que me entra?, decía ella con una sonrisa redentora. Ahí comprendí el porqué de su tristeza. Por momentos le gustaba fantasear con eso de los dos millones cada vez que le pedían el DNI, y la vuelta a la tierra le resultaba siempre, cómo no, una inmensa desilusión. Cuando la señora me pilló de pronto espiando en sus secretos, yo desvié la mirada hacia el marido, que no podía verme porque estaba cabizbajo. Desde que entró a la clínica parecía tener un carácter de inmarchitable felicidad. Pero ahora él se había puesto tristón. Mucho más incluso que antes su mujer. Y es que no es lo mismo hacer castillos en el aire con dos que con siete millones.

                                                     Antonio F. Jiménez

                                                 

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El último de sus antepasados hallado en los libros de bautismos y defunciones se apellidaba Jiménez Fernández. Lo cual quiere decir que a veces se necesitan unos cuantos siglos para darle la vuelta a la tortilla. Escribe periodismo narrativo y da fe de ello con su libro 'Una vida retirada' (2019, Círculo Rojo). Estos artículos, columnas o reparandorias -como él gusta de llamar- no son otra cosa que echar un párrafo en el cruce de algún camino en esta vasta ciudad a veces llamada de la telaraña.

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