¿Os ha pasado? Habéis aprendido una palabra y esta empieza a aparecer de pronto en todas las conversaciones. ¿Os pasa? Hace pocos días surgió en mi camino onironauta. Pero solo la he oído de momento a la persona que me la descubrió. Onironauta. Dícese del que cobra consciencia durante un sueño hasta el punto de llegar a dirigirlo, como un director de cine. En estos momentos en que preferiríamos soñar con lo que no se tiene, es decir, con la vida anterior al confinamiento, todos querríamos ser onironautas y darnos el gustazo de capitanear viajes por el mundo o más sencillamente caminar hasta el bar de toda la vida en el principio de una noche de sábado. Pero los sueños también necesitan su tiempo para asimilar la realidad, y suelen retroceder a un pasado mucho más remoto, lugares y personas que ya no existen, y dibujan las escenas de antaño con mayor precisión incluso que lo sucedido dos días antes. Una noche soñé que me encontraba en la vieja casa de mis abuelos. En la mesa del comedor, de espaldas a la estufa, yo hacía deberes; una evocación la mar de agradable. Y a mi derecha, en un extremo del sofá, mi abuelo y su sombrero y su abrigo marrón de paño. Pero de repente él desapareció y yo sentí miedo, consciente de que estaba soñando, de que mi abuelo hacía siete años que había muerto y de que aquel lugar ya no me pertenecía. Caminé hacia la calle para intentar despertar, pero la sombra alta de mi abuelo se alzó en la puerta. Sacó un móvil y empezó a fotografiar el vestíbulo —él, que nunca tuvo un móvil con cámara—. Cuando acabó, y antes de salir de la casa, me dijo: «Ahora, cierra». Y después de echar la llave me desperté. Hipnotizado todavía, elucubraba en la lucidez de la vigilia la posibilidad de que mi abuelo hubiese regresado a su hogar donde vivió más de medio siglo para sacar algunas fotos y conservar imágenes reales y no las de la memoria, que son neblinosas, imprecisas y tendentes a desaparecer, igual que se esfuma deprisa una impresión al cerrar los ojos. Aunque ahora, mientras escribo, pienso en la fantasía de que su espíritu podría haber tenido un sueño onironauta y habría querido volver también, sabedor de mis melancolías, para decirme: «Ahora, cierra». Pero ya sabemos que los sueños, sueños son.
Antonio F. Jiménez




