Hoy han comido más temprano para estar con tiempo en la parada. Él se masajea la cara con Floïd y ella se termina de abotonar la rebeca. Entre silencios de siesta, cantos de gorrión y tintineo de cubertería, bajan del bracete la calle empedrada. El cielo está raso, el sol alto, corre una brisa agradable. En un tapial color cemento una enredadera de jazmín se menea y juega con su sombra. «Nena, por ahí viene la Alsina». Suben, pagan su billete. Campos de vid y olivos, placas solares, tierras yermas y verdeantes, frondosos cabezos de pinos, sierras grises en lontananza. En un tramo de la autovía se santiguan. Aparece y desaparece en el sotobosque la finisecular, solitaria, abandonada y desvaída carretera nacional. Él mira su Casio cuando pone los pies en la ciudad. Caminan las anchas avenidas buscando la sombra bajo los edificios. Entran, les miden la temperatura en la frente, les echan gel en las manos. Los suelos relucen recién fregados. En los pasillos suenan las alpargatas de él, los tacones de ella como cascos de caballo. La sala de espera medio en penumbras. «¿Dónde se sienta uno aquí?». Están casi todas las sillas precintadas. De seguida se desbarata el remanso. Gente, guirigay, ráfagas temulantes de voces al unísono.
En una pantalla se ilumina un número y suena un timbre como un calambre. Los pacientes se adentran a un pasillo con puertas numeradas que se abren y se cierran. En la sala de espera los diálogos se encienden y se apagan («Pues cerraré la peluquería a las seis, ¡qué se le va a hacer!»). Otros se mantienen en el rescoldo del susurro («Yo lo cogí de los primeros, en marzo. Y hubo una noche que para mí queda»). Se ilumina otro número en la pantalla. «¡Este es, nena!». Al rato llega en mangas de camisa y algo despeinado, el jersey desnucado en su antebrazo. Una enfermera habla para todos. «Los que se hayan hecho el TAC ya pueden irse». El cielo añil y el resol naranja en los cristales de los escaparates. Regresan al pueblo. Suben la cuesta empedrada. Unas nubes espesas se levantan y corre aire húmedo. «Si se escapará de llover», dice él. Se quitan las mascarillas enconadas, se ponen ropa cómoda, encienden el televisor, se tumban. Mira el Casio; luego a luego habrá que preparar la cena. «¡Nada como el hogar!».
Antonio F. Jiménez




