Costumbrismo

Con el azadón al hombro

Se despertó todavía de noche. Encendió la radio. «En España hay veinte mil enchufes de recarga para coches eléctricos…». Cambió de emisora y dio con un punteo de guitarra. La música le hacía hundirse plácidamente en la cama; pero la apagó y se incorporó. A lo lejos se oían ranas y grillos zapateros. De debajo de la cama sacó el orinal y meó a ciegas. Se puso la ropa del día anterior. En la cochera agarró el capazo con el abono y las patatas brotadas de grillos blanquecinos. Con el azadón al hombro salió a la intemperie y se encaminó al huerto mientras en el horizonte se desbarataba la noche en pinceladas sueltas de azules, violetas y rosicler. Las filas de caballones semejaban pequeñas sierras en medio del llano bancal yermo. En cada hoyo colocaba una crilla, la espolvoreaba con abono y la enterraba. Después se arrimó a la acequia principal, giró la rueda de hierro y al abrirse la compuerta subterránea explotó una bocanada de agua que corrió por el cauce como un rápido que se remansaba al desembocar en la tierra. Con la azada cortaba los caminos y dirigía la escorrentía para regar las patatas recién sembradas. Acabó y se echó una siesta en el porche. Ya estaba el sol en el cénit cuando abrió los ojos, pero más allá se descubría un cielo irritado de grumosas nubes verticales. Comió tomate rebañado en agua fría y aceite, y se echó en el cuarto. Le despabilaron los rugidos de una tormenta. Salió. Las hojas de las parras se estremecían por el viento. Un relámpago le cegó. Un trueno retumbó en todo el valle. El aguacero. Llovía y granizaba con fuerza sobre la superficie de la balsa, apretando más, como si la fusilaran, como si hirviera a muchos grados. Esperó a que se abrieran los cielos para buscar caracoles en las arquetas y en las orillas de los caminos. Atardecía cuando llegó a casa con el cachulero lleno de maezas, zarapatones y algún serrano. Se puso un jersey fino con olor a armario que le despertó un efluvio otoñal. Bebió un tazón de leche y se acostó. «La incidencia frena su crecimiento, pero aumenta la presión hospitalaria…». Cambió y le prendó en el oído un fandango. Dejó la radio en la mesilla. Cerró los ojos, se tapó con la sábana. Y se durmió ensoñando un huerto florecido de patatas.

                                           Antonio F. Jiménez

                                                 

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El último de sus antepasados hallado en los libros de bautismos y defunciones se apellidaba Jiménez Fernández. Lo cual quiere decir que a veces se necesitan unos cuantos siglos para darle la vuelta a la tortilla. Escribe periodismo narrativo y da fe de ello con su libro 'Una vida retirada' (2019, Círculo Rojo). Estos artículos, columnas o reparandorias -como él gusta de llamar- no son otra cosa que echar un párrafo en el cruce de algún camino en esta vasta ciudad a veces llamada de la telaraña.

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