Costumbrismo,  Libros,  Literatura,  reflexión

Remiendos piadosos

Con un Celtas corto entre los labios, joven y confundido entre la muchedumbre de la Estación de Francia, agarrado a las manijas metálicas de su vieja maleta de cuero marrón, alto y con su sombrero de ala corta, así me imaginaba yo a mi abuelo aguardando un tren rumbo a un país lejano para buscarse un porvenir en aquellos primeros sesenta del siglo pasado. Era el verano de 2011 cuando yo visitaba la Estación de Francia y decidí llamar a mi abuelo, que me respondía desde el pueblo y al que todavía le quedaban un par de años de vida. Mientras hablábamos eché a andar por la orilla de dársenas de la Barceloneta, con la estatua de Colón al fondo y dejando caer la vista hacia aquel mar claro donde las medusas emergían como velos de novia arrojados al agua. Por aquel entonces no hacía mucho que yo acababa de leer la novela Nada, de Carmen Laforet, de quien se celebra el centenario de su nacimiento. Por las calles de Barcelona me acordaba de mi abuelo pero también de Andrea, la protagonista de Nada que caminaba solitaria hacia la calle Aribau bajo farolas mortecinas y tiempos de silencio de la reinante posguerra. Cuando pasé por primera vez por la calle Aribau en 2011 las cosas habían cambiado mucho desde que Laforet la reflejó en su novela y me pareció una avenida anaranjada de atardecer, céntrica y caldeada de peatones y comercios, con un arropo lumínico al anochecer sugerido en los portales y vestíbulos de los edificios modernistas con sus tulipas de color macilento y ascensores antiguos con puertas de madera funcionando al amparo de unas luces tenues como de horno de panadería. Yo aguzaba la vista ensoñando dar con lo imposible: la habitación de Andrea tras aquellos balcones y venecianas. Dice Muñoz Molina en su ensayo Pura alegría que a veces para que una historia oral de nuestros antepasados se transmita de forma más creíble o fascinante se necesita inventar o remendar ciertos detalles. Andrea arribando a Barcelona a medianoche se solapaba con la imagen de mi abuelo en el andén de aquella monumental estación como de cúpula de catedral. Se parecen tanto en su aspecto narrativo de remembranza que diría que aun siendo escenas imaginarias se han posado en mi memoria con más verdad, realismo y viveza que otros recuerdos que sí viví, que sí presencié, y que han caído más rápido en el olvido. Hasta el punto de que aquel viaje a la ciudad condal no se entiende ya sin estas ficciones íntimas. Sin estos remiendos piadosos de la imaginación.

                                        Antonio F. Jiménez

                                                 

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El último de sus antepasados hallado en los libros de bautismos y defunciones se apellidaba Jiménez Fernández. Lo cual quiere decir que a veces se necesitan unos cuantos siglos para darle la vuelta a la tortilla. Escribe periodismo narrativo y da fe de ello con su libro 'Una vida retirada' (2019, Círculo Rojo). Estos artículos, columnas o reparandorias -como él gusta de llamar- no son otra cosa que echar un párrafo en el cruce de algún camino en esta vasta ciudad a veces llamada de la telaraña.

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