Entre volcanes y la mar, la ciudad, esta ciudad en su último día, este monumento en sepia, dorado marfil, luz beatífica en las mañanas, embriagada de alisios y sombras fucsias en el cielo de noche, mareas bajas, lunas crecientes, este callejero beodo de acentos y melaninas, patinetes eléctricos, y un taxi viejo y amarillo y veloz por Manolo Millares, palmeras…
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Tempestad petrificada
Una niña le coloca una mascarilla a Miguel de Unamuno. A la estatua de Miguel de Unamuno. Sus padres ríen, consienten. Es un signo de los tiempos. Quizás Unamuno habría reído también, aun quejumbroso. Se habría dejado, azul y quijotescamente, enmascarar por esta niña, a la que le quedan unos cuantos años para saber quién es Miguel de Unamuno. Se…