Costumbrismo,  Paseos,  Recuerdos,  reflexión

Magua de ultramar

Entre volcanes y la mar, la ciudad, esta ciudad en su último día, este monumento en sepia, dorado marfil, luz beatífica en las mañanas, embriagada de alisios y sombras fucsias en el cielo de noche, mareas bajas, lunas crecientes, este callejero beodo de acentos y melaninas, patinetes eléctricos, y un taxi viejo y amarillo y veloz por Manolo Millares, palmeras y farolas en sus espejos retrovisores, parques y puentes, balcones canarios y floración de salitre en el llanto desconchado de las paredes, playas de rey sol, arenilla milenaria, cuerpos cultivados, labios de sal y after sun, muretes de roca negra y barcas carcomidas sin amos en el sueño plácido de las aguas mecidas, arrugadas de estrías y nervaduras, ese revés platónico de la ciudad temblando en el océano, memoria de tantos paseos, ayeres consumados, la ciudad aquellos primeros días, asombro azul cobalto, sudor y fuego, la ciudad a la espera de la costumbre, gente acodada en los bares de la esquina de la calle Aniagua, pitillos y cervezas, un señor risueño con boina, un fumador enjuto y serio, colas en la administración de lotería, todas las tardes, y en la calle Guenia ya se veía el mar al fondo, y al anochecer, en la colina de los volcanes, se encendían unas luces vigías, altas y rojas, las mismas que también parpadean en los muelles del adiós estos días postreros, en las pistas tronantes de los aeropuertos, mientras los barcos bocinan y se internan en la madrugada abismal y atlántica, como un incendio fantasma, ay la magua de ultramar, esa magua inevitable, esa nostalgia de origen luso en la última tarde de domingo a ritmo de músicas latinas en los coches de los semáforos y bandas de jazz en los hoteles de lujo, y los aviones rondando en sus ventanas de plata, la ciudad con fe en las autopistas del cielo, la ciudad cada vez más lejana, más planicie y bella arrejuntándose desde lo alto, más literaria en el ascenso, “tierra roja, bermeja, machacada, soleada, azaleada”, Leandro Perdomo, escritor de sombrero de luto y puros suaves, y todo de pronto se detiene, el lenguaje de las olas se queda mudo, los barcos no avanzan, nada sucede ya, el tiempo se ha parado en una hermosa estampa de julio, y las azoteas y las carreteras y toda la isla se hunde por debajo de la bruma blanca, se esfuma en un blancor que duele a la vista, en un blancor de nieblas y mar de olvido, las nubes bajas de la añoranza repentina, la magua de ultramar.

 

                         Antonio F. Jiménez

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El último de sus antepasados hallado en los libros de bautismos y defunciones se apellidaba Jiménez Fernández. Lo cual quiere decir que a veces se necesitan unos cuantos siglos para darle la vuelta a la tortilla. Escribe periodismo narrativo y da fe de ello con su libro 'Una vida retirada' (2019, Círculo Rojo). Estos artículos, columnas o reparandorias -como él gusta de llamar- no son otra cosa que echar un párrafo en el cruce de algún camino en esta vasta ciudad a veces llamada de la telaraña.

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