Recuerdos

Verano

Dicen que en el pueblo no deja de llover. Que los rayos desgajan los cielos cenicientos. Que han vuelto a sacar la ropa de otoño, ese eterno antaño, y que han abierto los paraguas como una floración a destiempo. Uno, desde tan lejos, se imaginaba ya, sin embargo, esas primeras y largas tardes azules de junio, la gente bajando al río con las barzas de la merienda por las sendas, los albaricoques orondos y del color rosicler del alba, suculentos en las copas de los árboles verdosos. Pero dicen que allá los frutos del verano se están picando de tanta lluvia. La lluvia minuciosa de la mañana. El aguacero de la tarde. Su suave arropo de silencio de arpa en la noche. Dicen que las fachadas amanecen con sudor en sus costados de cemento. Que la humedad cala los huesos frágiles de los vetustos tejados. Que una cortina de tiniebla empaña de témpera gris los horizontes montañeses en los cristales. Y uno, entretanto, soñaba desde el lejano y airado atlántico con esas noches serenas de pueblo mediterráneo en el mes de junio, como las que cantaba Gil de Biedma en su poema: «Noches incurables / y la calentura. / Las altas horas de estudiante solo / y el libro intempestivo / junto al balcón abierto de par en par». Pero dicen que, de momento, todas las ventanas están allí cerradas. Que no deja de tronar con furia el resquemor de la nube en la digestión de la tormenta. Que no apetece salir, que no parece que en unos días comience el verano, que los gatos se otoñan en las repisas, durmientes de tanto pueblo en sepia. Que los ancianos regresan al jersey de lana, a la boina calada, a las alpargatas de invierno, a la mirada hipnótica, lenta y meditabunda: la contemplación de la lluvia. Mientras tanto, uno siente como si hoy corriera por sus venas la misma lluvia que allí cae. Como si desde eternas jornadas soleadas llovieran todos los ayeres de repente. Ya lo sentenció Borges: «La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado». Dicen, en fin, que se avecina un verano tormentoso en el pueblo. Que los campos estarán verdes. Que nos abrigaremos en las noches de agosto. Que todo será como volver a casa después del colegio y adormecerse en la siesta bajo las notas del orvallo en aquellas tardes cerradas de la infancia. Y uno, desde tan lejos, se ampara en el recuerdo. Y en el silencio, cree oír la lluvia tras la ventana. 

Comparte esta entrada en tus redes sociales
Share on Facebook
Facebook
Tweet about this on Twitter
Twitter
Share on LinkedIn
Linkedin
Pin on Pinterest
Pinterest
Email this to someone
email

El último de sus antepasados hallado en los libros de bautismos y defunciones se apellidaba Jiménez Fernández. Lo cual quiere decir que a veces se necesitan unos cuantos siglos para darle la vuelta a la tortilla. Escribe periodismo narrativo y da fe de ello con su libro 'Una vida retirada' (2019, Círculo Rojo). Estos artículos, columnas o reparandorias -como él gusta de llamar- no son otra cosa que echar un párrafo en el cruce de algún camino en esta vasta ciudad a veces llamada de la telaraña.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *